Alberto era un joven curioso y aventurero que vivía en una pequeña aldea cerca de un bosque. Le encantaba explorar los alrededores y descubrir lugares nuevos. Un día, oyó hablar de una antigua ermita abandonada en el bosque, donde se rumoreaba que pasaban cosas extrañas y sobrenaturales. Alberto sintió una irresistible atracción por conocer ese lugar misterioso. Así que cogió su mochila y se dispuso a adentrarse en el bosque.
El bosque era un laberinto de árboles, sombras y silencios. El camino estaba cubierto de zarzas y espinos que le arañaban la piel. Alberto se abrió paso entre la maleza, siguiendo el sonido de un arroyo que le servía de guía. Después de caminar durante mucho tiempo, llegó a un claro donde la niebla le dejó ver la ermita. Era un edificio de piedra gris, con una cruz de hierro oxidada y una puerta de madera carcomida. Alberto se acercó con precaución, y empujó la puerta con fuerza. La puerta se abrió con un chirrido, y reveló el interior de la ermita.
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