El bosque maldito

Alberto era un joven curioso y aventurero que vivía en una pequeña aldea cerca de un bosque. Le encantaba explorar los alrededores y descubrir lugares nuevos. Un día, oyó hablar de una antigua ermita abandonada en el bosque, donde se rumoreaba que pasaban cosas extrañas y sobrenaturales. Alberto sintió una irresistible atracción por conocer ese lugar misterioso. Así que cogió su mochila y se dispuso a adentrarse en el bosque.

El bosque era un laberinto de árboles, sombras y silencios. El camino estaba cubierto de zarzas y espinos que le arañaban la piel. Alberto se abrió paso entre la maleza, siguiendo el sonido de un arroyo que le servía de guía. Después de caminar durante mucho tiempo, llegó a un claro donde la niebla le dejó ver la ermita.

Era un edificio de piedra gris, con una cruz de hierro oxidada y una puerta de madera carcomida. Alberto se acercó con precaución, y empujó la puerta con fuerza. La puerta se abrió con un chirrido, y reveló el interior de la ermita. Alberto entró en la ermita, y lo que vio le horrorizó. En el centro había un altar cubierto de polvo y telarañas, sobre el que había una imagen de la Virgen María con los ojos vacíos. A su alrededor, había velas negras consumidas, calaveras humanas, símbolos satánicos y manchas de sangre. Alberto sintió un escalofrío, y pensó que aquel lugar era el escenario de algún ritual diabólico. Quiso huir de allí, pero entonces oyó una voz que le habló desde las sombras.

– ¿Quién eres tú? ¿Qué haces aquí? – dijo la voz con un tono amenazador.

Alberto se quedó petrificado, y miró a su alrededor buscando el origen de la voz. No vio a nadie, pero sintió una presencia maligna que le oprimía el pecho.

– Soy Alberto, un viajero que pasaba por aquí – balbuceó Alberto con miedo.

– Pues has venido al lugar equivocado, Alberto – dijo la voz con una risa malévola -. Este es el bosque maldito, donde habita el mal. Aquí no hay lugar para los vivos, solo para los muertos. Y tú vas a ser uno de ellos.

Alberto sintió un terror indescriptible, y trató de escapar de allí. Pero antes de que pudiera moverse, una mano huesuda salió de la oscuridad y le agarró el cuello. Alberto gritó con todas sus fuerzas, pero nadie le oyó. La mano le apretó hasta ahogarle, y luego le arrancó el corazón. El cuerpo sin vida de Alberto cayó al suelo, junto al altar profanado.

La voz volvió a reírse, y dijo:

– Otro más para mi colección. Bienvenido al bosque maldito, Alberto.

FIN

El bosque maldito

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