Tras la Puerta Prohibida: Un Pacto de Almas y Cristal

En una noche invernal, donde el frío penetraba hasta los huesos y las sombras danzaban en las paredes de la mansión, la joven pareja venezolana, ansiosa de oportunidades, encontró refugio en una casa señorial de apariencia ancestral. Los dueños, una pareja de ancianos cuyas miradas eran como ventanas hacia un pasado enigmático, ofrecieron hospitalidad a cambio de los servicios de los recién llegados. Los ancianos, de aspecto cadavérico y voz susurrante, les mostraron su habitación y les advirtieron que no se acercaran a la puerta del fondo del pasillo, pues era la única sala prohibida de la casa. Sin embargo, al decir esto, los ancianos intercambiaron una mirada cómplice, como si supieran que esa advertencia solo despertaría la curiosidad de los jóvenes. La joven pareja, agradecida por el gesto de los ancianos, no sospechó nada de sus intenciones ocultas, y se sintió aliviada de haber encontrado un lugar donde pasar la noche.

La joven pareja había llegado a España hacía unos meses, huyendo de la crisis política y económica que azotaba su país natal, Venezuela. Sin familia, amigos ni recursos, habían vagado por las calles de Madrid, buscando un trabajo o una oportunidad que les permitiera salir adelante. Una noche, mientras caminaban por las afueras de la ciudad, se encontraron con una tormenta que amenazaba con empaparlos y congelarlos. Buscando un lugar donde resguardarse, vieron una mansión que se alzaba solitaria en medio de un bosque. A pesar de su aspecto lúgubre y antiguo, la mansión les pareció una opción mejor que dormir al raso. Confiando en que los dueños les dejaran pasar la noche, se acercaron a la puerta y tocaron el timbre. Para su sorpresa, fueron recibidos por una pareja de ancianos que les ofrecieron hospitalidad a cambio de sus servicios. Los jóvenes, agradecidos y aliviados, aceptaron la propuesta, sin saber que estaban entrando en una trampa mortal.

Desde entonces, la pareja se había quedado en la mansión, sumergida en el aura enigmática de la casa. Cada día, realizaban los quehaceres que les asignaban los ancianos, que parecían sacados de otra época. Encendían las velas de los candelabros, limpiaban los retratos de los antepasados o cuidaban de las plantas marchitas que adornaban los rincones. A veces, los ancianos les narraban historias con voz grave y pausada sobre la mansión y sus antiguos habitantes, pero siempre se detenían al llegar a la parte de la sala prohibida, dejando a los jóvenes con la sensación de que había algo más que no querían revelar.

Con el paso del tiempo, desde limpiar los salones llenos de muebles anticuados hasta preparar las comidas según las recetas ancestrales proporcionadas por los ancianos, cada quehacer estaba impregnado de un aura de solemnidad y misterio. Mientras cumplían sus labores, los jóvenes no podían evitar sentir la presencia de algo inexplicable que flotaba en el aire, como un secreto ancestral esperando a ser descubierto. A veces, creían escuchar ruidos extraños provenientes de la sala prohibida, como golpes, gemidos o risas, pero los ancianos les aseguraban que era solo el viento o su imaginación.

Sin embargo, otras veces, los ancianos les hacían comentarios ambiguos sobre la sala prohibida, como si quisieran tentarlos a que se acercaran a ella. Les decían cosas como “esa sala guarda un gran misterio”, “nadie ha entrado ahí desde hace mucho tiempo” o “hay cosas que no están hechas para los ojos de los mortales”.

Estas insinuaciones por parte de los ancianos los llevaron a especular sobre la posibilidad de que la sala prohibida resguardara un tesoro oculto. La sugerente idea de riquezas acumuladas a lo largo de generaciones comenzó a alimentar sus pensamientos codiciosos. Sus conversaciones nocturnas se teñían de fantasías sobre el contenido de la habitación, imaginando montañas de joyas centelleantes y antiguos pergaminos con conocimientos arcanos. También se preguntaban por qué los ancianos eran tan reservados y misteriosos, y si tenían algún motivo oculto para hospedarlos en su casa. La joven pareja, ilusionada por la posibilidad de cambiar su destino, se convenció de que la sala prohibida era la clave de su felicidad, y se propuso averiguar lo que había detrás de ella.

La curiosidad y la ambición crecían como una semilla maligna en sus corazones. La pareja, deseosa de riquezas y secretos ocultos, empezó a preguntar a los ancianos sobre la habitación prohibida, pero estos respondían con evasivas y enigmáticas sonrisas. Las respuestas vagas solo avivaban el fuego de la especulación en los ojos de los jóvenes, quienes se veían envueltos en la telaraña de la obsesión por descubrir el misterio que yacía tras la puerta cerrada con llave. Una noche, aprovechando que los ancianos dormían, decidieron armarse de valor y explorar la sala prohibida, sin saber que estaban a punto de desencadenar una pesadilla sin fin. Los ancianos, que fingían estar dormidos, escucharon con satisfacción los pasos de la pareja que se dirigía hacia la sala prohibida, y se prepararon para ejecutar su plan malvado.

Envueltos en la danza sutil de sombras que se proyectaban como espectros en los pasillos desiertos, la joven pareja se entregó al desafío prohibido. Con la intriga y la codicia como sombras silenciosas, se deslizaron sigilosamente por los corredores crujientes, mientras la puerta de la sala prohibida se perfilaba como un umbral hacia lo desconocido. Un escalofrío les recorrió la espina dorsal al acercarse a la puerta, como si una fuerza invisible les advirtiera del peligro que les esperaba al otro lado.

La aldaba, cubierta de óxido, cedió con un gemido lastimero al girarla. La puerta se abrió con un chirrido que rompió el silencio sepulcral de la casa. Una habitación sumida en la penumbra se reveló ante sus ojos ávidos. La luz de una vela titubeante apenas iluminaba lo que parecía ser un museo macabro de figuras de cristal. Cada pareja esculpida capturaba la esencia de distintas eras, vestidas con ropajes que evocaban el esplendor y la decadencia de romances olvidados. La resplandeciente llama de las velas confería una vida efímera a los rostros inmóviles, como si las almas atrapadas en el cristal anhelaran liberarse en un eterno baile de sombras y susurros desesperados.

Las figuras, meticulosamente talladas, emanaban una chispa de vitalidad prisionera. En sus ojos de cristal parecía brillar una luz extinguida, una centella de vida que se negaba a desvanecerse completamente. Al observarlas detenidamente, la pareja pudo percibir la intensidad de los momentos capturados en cada figura: miradas enamoradas, gestos apasionados y una agonía silenciosa que emanaba de la inmovilidad eterna. La colección, una amalgama de épocas entrelazadas en una danza inmortal, susurraba secretos sepultados en el cristal que ansiaban ser desvelados. La pareja, hipnotizada por la belleza y el misterio de las figuras, se adentró en la habitación, sin percatarse de que la puerta se cerraba tras ellos con un estruendo.

Sumidos en la embriaguez de la magnificencia de la escena, la pareja se aventuró hacia una estantería que parecía ser el epicentro de los secretos más oscuros. Cada figura de cristal, con sus ojos eternamente fijos en el infinito, les susurraba promesas de una belleza y un amor inmortal. La pareja sintió una conexión con aquellos cristales que iba más allá de la comprensión humana, como si las almas atrapadas dentro de ellos les estuvieran extendiendo una invitación para unirse a su macabra danza.

La luz de la vela danzaba entre las figuras, iluminando sus rostros con destellos inquietantes. Cada pareja de cristal encerraba una historia de amor y perdición, y la joven pareja podía sentir el peso de esos relatos suspendidos en el aire. La estantería era como un relicario de destinos entrelazados, y la joven pareja, cautiva de la hipnótica belleza de las figuras, se encontró incapaz de resistirse al llamado que resonaba en sus almas.

En la penumbra, hallaron el ídolo antiguo que había permanecido en la sala desde tiempos inmemoriales. Una presencia oscura parecía emanar de la estatua, cuyos ojos parecían contener la esencia de la eternidad. El ídolo, tallado con precisión macabra, representaba a una deidad olvidada, con rasgos que sugerían un conocimiento antiguo y prohibido. En un instante, la joven pareja se vio envuelta en una sensación de trance, mientras los ojos del ídolo parecían absorber sus almas con una avidez maligna.

La joven, fascinada por el ídolo, extendió su mano para tocarlo, pero al hacerlo, rozó una de las figuras de cristal que lo rodeaban. Al contacto con el cristal, sintió un escalofrío que le recorrió el brazo, y una voz que resonó en su mente. Era una voz femenina, llena de angustia y terror, que le suplicaba que la ayudara, que la liberara de su prisión de cristal. La voz también le advertía que huyera de la sala, que el ídolo era una trampa, que los ancianos eran unos monstruos que se alimentaban de las almas de los incautos. La joven, aturdida por la voz, soltó la figura de cristal, pero no hizo caso de la advertencia. Estaba demasiado hipnotizada por el ídolo, que parecía llamarla con una fuerza irresistible.

Ignorando el grito de la figura de cristal, se acercó más al ídolo, mientras su pareja la seguía con una mirada vacía. Ambos se postraron ante el ídolo, como si fueran sus fieles devotos, y alzaron sus manos para tocarlo. En ese momento, sintieron un dolor insoportable que les atravesó el pecho, y una sensación de vacío que les invadió el alma. El ídolo, con una sonrisa maliciosa, les arrebató sus almas y las encerró en el cristal, mientras sus cuerpos caían al suelo inertes.

Cuando recobraron la consciencia, se encontraron en el suelo, pero no en sus cuerpos originales. El horror los embargó al darse cuenta de que ahora eran diminutas figuras de cristal, atrapadas en una existencia inmóvil. Intentaron moverse, gritaron desesperadamente, pero solo obtuvieron el eco de su propia impotencia en la sala vacía. La puerta se abrió con un crujido, y los ancianos ingresaron, sus miradas reflejando una victoria oscura y anticipada. Los ancianos, con una sonrisa malévola, se acercaron a las figuras de cristal. Los jóvenes, llenos de rabia y dolor, se dieron cuenta de que habían sido víctimas de los ancianos y de su ambición, y que habían perdido todo lo que tenían y lo que podían tener.

“¡Qué fácil caéis los jóvenes en la tentación!” exclamó con voz burlona la vieja mientras observaba la figura de cristal de los dos jóvenes.

“No te entretengas o no podremos aprovechar sus cuerpos”, le urgió el anciano.

Los jóvenes atrapados en la figura de cristal vieron cómo los dos ancianos se agachaban junto a sus antiguos cuerpos inertes en el suelo. Con un gesto de las manos huesudas, los ancianos invocaron una oscura magia. Sus sombras se extendieron sobre los cuerpos caídos, y una luz tenue iluminó la escena. Los dos ancianos cayeron inconscientes al suelo con un sonido seco. La magia había funcionado: los ancianos habían intercambiado sus cuerpos con los de los jóvenes, y ahora disfrutarían de una nueva vida a costa de sus almas.

Los jóvenes miraron sorprendidos mientras sus cuerpos se incorporaban. Por un instante, parecieron comprobar que todo estaba bien y después se fundieron en un abrazo. Las almas de los ancianos habían cambiado sus cuerpos decrépitos por el resplandor de la juventud de los cuerpos de los dos desdichados. Los ancianos sonrieron con malévola satisfacción al contemplar sus nuevos cuerpos, ahora robustos y llenos de energía. Detrás de ellos, los antiguos cascarones quedaron tirados en el suelo, vacíos y sin vida, como vestigios de su existencia pasada. Los jóvenes, aterrados y desesperados, vieron cómo los ancianos se llevaban sus cuerpos, y sintieron una punzada de angustia al pensar que nunca volverían a sentir el calor de la vida, el latido de su corazón o el roce de sus labios.

Ahora rejuvenecidos, los ancianos se volvieron hacia las figuras de cristal. Con una risa que resonaba con siglos de cinismo, el anciano tomó la figura de cristal de la joven pareja y la colocó junto a las demás. La habitación parecía vibrar con una presencia ancestral mientras los ancianos se regocijaban en su triunfo. “Aquellas almas insensatas”, murmuró la anciana con un tono burlón. “Siempre hay quienes sucumben a la tentación de lo prohibido. Han caído en nuestra trampa, como tantas otras parejas antes que vosotros.”

Su compañero continuó con un deje de satisfacción, revelando el oscuro secreto que envolvía su existencia.

“Llevamos siglos, incluso milenios, cambiando de cuerpo cuando los nuestros se debilitan. Siempre hay una pareja ambiciosa dispuesta a adentrarse en un lugar prohibido con la promesa de conseguir riquezas. Y así, con cada generación, nuestra colección de almas crece.”

La anciana levantó la mano, y las figuras de cristal comenzaron a emitir un resplandor tenue. Las almas atrapadas dentro de la figura de cristal lloraban en silencio, sin que nadie pudiera oírlas. Sus cuerpos antiguos, ahora vacíos, quedaron tendidos en el suelo, como cáscaras vacías de lo que fueron, marcando el fin de una era para ellos mientras sus almas se regocijaban en su nueva juventud, cedida por la ambición de las almas jóvenes atrapadas en su siniestra colección. Ellos, sumidos en la más profunda angustia, se miraron con impotencia y tristeza, y se resignaron a su destino de cristal, sin esperanza de escapar o de ser salvados.

Tras la Puerta Prohibida: Un Pacto de Almas y Cristal

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