El horror de la calle Císter

No sé si podré terminar este manuscrito antes de que ellos me encuentren. No sé si alguien lo leerá alguna vez, o si servirá de algo. Pero tengo que intentar dejar constancia de lo que he visto, de lo que he vivido, de lo que he descubierto. Porque el mundo debe saber la verdad, aunque sea una verdad terrible y abominable.

Todo empezó el 6 de junio de 1991, cuando trabajaba como aprendiz en la editorial Plaza & Janés, situada en la primera planta de un antiguo edificio de la calle Císter, en el centro de Málaga. Aquel día, sobre las cinco y media de la tarde, ocurrió algo inexplicable e inquietante. Unos ruidos extraños nos alertaron de que algo andaba mal. Al salir al pasillo, vimos que una fluorescente de los expositores que daban a la calle estaba rota en el centro de la habitación. Al volver a la sala de ventas, donde estaba enseñando a otro aprendiz, la pizarra en la que estaba escribiendo se había descolgado. Un nuevo golpe nos hizo girar hacia la puerta principal, donde el tope del cerrojo, que llevaba treinta años sin quitarse, estaba tirado en el centro del hall. Los lapiceros con bolígrafos y algunas cortinas también se cayeron. Atónitos, vimos cómo un mueble se desplomaba sobre una mesa. En su parte superior tenía la marca de dos manos, como si lo hubieran empujado.

No podíamos creer lo que veíamos. Parecía como si una fuerza invisible y maligna se hubiera desatado en las oficinas. Pensamos en un terremoto, pero no hubo ningún temblor ni ningún otro signo de movimiento sísmico. Pensamos en un sabotaje, pero no había nadie más en el edificio aparte de nosotros y los empleados del banco de la planta baja. Pensamos en una broma pesada, pero no había ninguna cámara oculta ni ningún indicio de humor.

Lo único que había era miedo. Un miedo irracional y paralizante que nos invadió a todos. Nadie se atrevía a moverse ni a hablar. Sólo escuchábamos los ruidos cada vez más fuertes y frecuentes que provenían de todas partes. Era como si el edificio entero estuviera poseído por una entidad diabólica.

Entonces llegó nuestro jefe, el señor Cuesta, que venía de una reunión fuera. Al entrar por la puerta, le cayó agua en la camisa, como si lloviera dentro de las oficinas. Se quedó perplejo y nos preguntó qué estaba pasando. Antes de que pudiéramos responderle, otro mueble se estrelló contra el suelo y una lámpara se balanceó peligrosamente sobre su cabeza.

-¡Salgamos de aquí! -gritó el señor Cuesta-. ¡Esto es una locura!

No hizo falta decirlo dos veces. Todos corrimos hacia la salida, dejando atrás el caos y el horror. Bajamos las escaleras a toda prisa y salimos a la calle, donde nos recibió un sol radiante y una brisa fresca. Respiramos aliviados y nos miramos unos a otros con incredulidad.

-¿Qué ha sido eso? -preguntó uno de los aprendices.

-No lo sé -respondió el señor Cuesta-. Pero no pienso volver a entrar ahí hasta que se aclare.

Llamamos a la policía y les contamos lo sucedido. Al principio no nos creyeron, pero al ver nuestra cara de pánico y nuestra ropa manchada y rasgada, decidieron enviar una patrulla para investigar.

Mientras esperábamos, uno de los trabajadores, Joaquín, fue a la catedral a por romero y agua bendita. Dijo que era para protegernos del mal de ojo o algo así. Yo no le hice mucho caso, pues no soy muy creyente que digamos.

Cuando llegaron los policías, subieron al primer piso con cautela. Al cabo de unos minutos, bajaron con el mismo aspecto de terror que nosotros. Dijeron que habían visto cosas que no podían explicar, que parecía como si hubiera alguien invisible dentro de las oficinas, tirando y rompiendo cosas a su antojo. Dijeron que habían encontrado un cuchillo debajo del escritorio del jefe, que estaba dentro de una caja en otro despacho. Dijeron que habían oído voces y risas siniestras. Dijeron que se iban a poner en contacto con sus superiores y con algún experto en fenómenos paranormales.

Nos pidieron que nos quedáramos en la calle, a una distancia prudencial del edificio. Nos dijeron que no nos preocupáramos, que todo se solucionaría pronto.

Pero no fue así.

Al día siguiente, vinieron varios parapsicólogos para ver qué había pasado. Entre ellos estaba el doctor Sánchez, un hombre de unos cincuenta años, con gafas y barba canosa. Era el más famoso y respetado de su campo en España. Había escrito varios libros y artículos sobre casos de poltergeist, es decir, de manifestaciones físicas producidas por una supuesta energía psíquica.

El doctor Sánchez nos entrevistó a todos por separado. Me preguntó sobre mi vida personal, mi salud, mis creencias, mis sueños, mis miedos. Me dijo que a veces los poltergeist se originan por la presencia de una persona con una gran carga emocional o mental, que actúa como un foco o un catalizador de la energía. Me preguntó si yo era esa persona.

Le dije que no, que yo era un chico normal y corriente, sin ningún trauma ni problema especial. Le dije que no tenía ningún poder ni ninguna intención de provocar nada de lo que había pasado.

El doctor Sánchez me miró con escepticismo y me dijo que quizás yo no era consciente de mi potencial psíquico. Me dijo que quizás yo tenía algún don o alguna maldición oculta. Me dijo que quizás yo era el responsable de todo.

Me sentí ofendido e indignado por sus insinuaciones. Le dije que él estaba equivocado, que yo no tenía nada que ver con el poltergeist. Le dije que él era un charlatán, que no sabía nada de ciencia ni de lógica.

El doctor Sánchez se enfadó y me dijo que yo era un ignorante, un necio, un ciego. Me dijo que él tenía pruebas irrefutables de la existencia del poltergeist y de mi implicación en él. Me dijo que él había descubierto el origen y el propósito del fenómeno.

Me dijo algo que me heló la sangre.

Me dijo que el poltergeist no era más que la manifestación de una antigua y maligna entidad que habitaba en las profundidades del edificio. Me dijo que esa entidad era un ser primordial y abominable, una criatura cósmica y blasfema, una divinidad oscura y terrible.

Me dijo su nombre.

Cthulhu.

Me dijo que Cthulhu había dormido durante eones bajo la tierra, esperando el momento propicio para despertar y reclamar su dominio sobre el mundo. Me dijo que Cthulhu había elegido el edificio de la calle Císter como su morada temporal, aprovechando la cercanía de la catedral y el poder de sus símbolos sagrados. Me dijo que Cthulhu había usado el poltergeist como una forma de comunicarse con sus fieles y sus enemigos, como una forma de sembrar el caos y el terror, como una forma de preparar su llegada.

Me dijo que yo era uno de sus elegidos.

Me dijo que yo era uno de los descendientes de los antiguos cultistas que adoraban a Cthulhu y a los otros dioses primigenios. Me dijo que yo tenía la sangre y el espíritu de los iniciados en los arcanos secretos del horror cósmico. Me dijo que yo tenía la marca de Cthulhu en mi alma.

Me dijo que yo era su hijo.

No quise creerle. No pude creerle. Pensé que estaba loco, o que quería volverme loco a mí. Le grité que se callara, que dejara de decir tonterías, que dejara de decir falacias de mí. Pero él no se inmutó. Siguió hablándome con una voz grave y profunda, que me penetraba en lo más hondo de mi ser.

Me dijo que él había encontrado el libro que contenía la verdad sobre Cthulhu y los otros dioses antiguos. Me dijo que él había encontrado el Necronomicón.

Me dijo que el Necronomicón era un libro maldito y prohibido, escrito por el árabe loco Abdul Alhazred en el siglo VIII. Me dijo que el Necronomicón era un libro de hechizos y rituales, de historias y profecías, de secretos y horrores. Me dijo que el Necronomicón era un libro que revelaba la existencia de los dioses primigenios, los antiguos habitantes del universo, los señores del caos y la locura.

Me dijo que él había encontrado el Necronomicón en la biblioteca de la editorial, entre los libros de ocultismo y esoterismo. Me dijo que él había leído el Necronomicón con avidez y curiosidad, sin temer sus consecuencias. Me dijo que él había aprendido el Necronomicón con pasión y devoción, sin arrepentirse de sus pecados.

Me dijo que él era un adorador de Cthulhu.

Me dijo que él había sido el responsable de despertar a Cthulhu de su letargo. Me dijo que él había realizado un ritual en el sótano del edificio, donde había encontrado una puerta secreta que conducía a una cámara subterránea. Me dijo que él había invocado a Cthulhu con palabras y símbolos arcanos, con sangre y sacrificios. Me dijo que él había abierto la puerta a Cthulhu con su voluntad y su fe.

Me dijo que él había visto a Cthulhu.

Me dijo que Cthulhu era una monstruosidad indescriptible e inimaginable, una masa informe y tentacular, una cabeza gigantesca y grotesca, unos ojos rojos y malignos. Me dijo que Cthulhu era una pesadilla viviente e inmortal, una fuerza cósmica e implacable, un dios oscuro e innombrable.

Me dijo que Cthulhu le había hablado.

Me dijo que Cthulhu le había transmitido su mensaje y su voluntad. Me dijo que Cthulhu le había ordenado preparar su llegada al mundo. Me dijo que Cthulhu le había encomendado reclutar a sus hijos y a sus siervos. Me dijo que Cthulhu le había prometido su recompensa y su gloria.

Me dijo que yo era uno de ellos.

Me dijo que yo debía unirme a él en su causa. Me dijo que yo debía servir a Cthulhu con lealtad y obediencia. Me dijo que yo debía adorar a Cthulhu con amor y reverencia.

Me dijo que yo debía morir por Cthulhu.

Entonces sacó un cuchillo de su bolsillo y se abalanzó sobre mí con furia y fanatismo. Intenté escapar, pero fue demasiado rápido para mí. Me clavó el cuchillo en el pecho con fuerza y precisión. Sentí un dolor agudo e insoportable, seguido de una sensación de frío y vacío.

Mientras caía al suelo, agonizando, vi su rostro triunfante y demente. Vi sus ojos brillar con una luz roja y malévola. Vi su boca pronunciar unas palabras incomprensibles e inhumanas.

Ph’nglui mglw’nafh Cthulhu R’lyeh wgah’nagl fhtagn.

En su casa de R’lyeh, el muerto Cthulhu espera soñando.

Éste es el final de mi relato. No sé si alguien lo leerá alguna vez, o si servirá de algo. Pero tenía que intentar dejar constancia de lo que he visto, de lo que he vivido, de lo que he descubierto. Porque el mundo debe saber la verdad, aunque sea una verdad terrible y abominable.

Cthulhu vive.

Cthulhu viene.

Cthulhu reinará.

Que Dios nos perdone.

El horror de calle Cister

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