El fantasma del castillo
Había una vez un joven caballero llamado Rodrigo, que era valiente, noble y apuesto. Un día, mientras cabalgaba por el bosque, se encontró con un viejo castillo en ruinas, rodeado de un foso lleno de agua turbia. Le llamó la atención la belleza del lugar, y decidió explorarlo.
Entró por el puente levadizo, que estaba bajado y cubierto de musgo. El patio interior estaba desierto y silencioso, salvo por el canto de algún pájaro. Rodrigo se dirigió a la torre más alta, donde creyó ver una luz. Subió por la escalera de caracol, y al llegar a la última puerta, la empujó con cuidado.
Lo que vio le dejó sin aliento. En el centro de la estancia, había una cama con dosel, y sobre ella, una mujer de una belleza sobrenatural. Tenía el cabello rubio como el oro, los ojos azules como el cielo, y la piel blanca como la nieve. Vestía un vestido blanco, y tenía una rosa roja entre las manos.
Rodrigo se acercó a ella con cautela, y se dio cuenta de que estaba dormida. La contempló embelesado, y sintió un amor repentino e irresistible. Se inclinó sobre ella, y le dio un beso en los labios.
La mujer abrió los ojos lentamente, y le devolvió la mirada con una sonrisa. Rodrigo se sintió feliz, y le preguntó su nombre.
- Me llamo Leonor – dijo ella – Soy la hija del señor de este castillo.
- ¿Y qué haces aquí sola? – preguntó él.
- Estoy esperando a mi prometido – respondió ella – Hace mucho tiempo que partió a la guerra, y me dijo que volvería por mí.
- ¿Y no ha vuelto? – insistió él.
- No – dijo ella con tristeza – Pero yo sigo esperando. Él me juró que me amaba, y que me traería una rosa roja como prueba de su amor.
Rodrigo sintió una punzada de celos, pero también de compasión. Quiso consolarla, y le dijo:
- No te aflijas, Leonor. Tal vez tu prometido haya muerto en batalla, o tal vez te haya olvidado. Pero yo estoy aquí, y te ofrezco mi amor. Ven conmigo, y te haré feliz.
Leonor lo miró con sorpresa, y luego con indignación. Se apartó de él, y le dijo:
- ¿Cómo te atreves a decirme eso? ¿No ves que estoy comprometida? ¿No respetas mi fidelidad? ¡Vete de aquí! ¡No quiero verte más!
Rodrigo se sintió herido, y también enfadado. Pensó que Leonor era una ingrata, y que no merecía su amor. Le dijo:
- Está bien, Leonor. Me iré. Pero antes quiero que sepas una cosa: tú no eres real. Eres un fantasma.
Leonor se quedó pálida, y le preguntó:
- ¿Qué quieres decir?
- Quiero decir que este castillo está maldito – explicó él – Hace muchos años que fue asaltado por unos bandidos, que mataron a todos sus habitantes. Tú eres uno de ellos. Estás muerta desde entonces.
- No es verdad – negó ella – Yo estoy viva. Tú eres el fantasma.
- No lo soy – afirmó él – Yo soy un hombre de carne y hueso. Mira.
Rodrigo cogió la rosa roja que tenía Leonor entre las manos, y se la clavó en el pecho. La sangre brotó de la herida, y manchó su camisa.
Leonor soltó un grito de horror, y se echó a llorar.
- ¡Qué has hecho! ¡Qué has hecho! ¡Has matado a mi prometido!
Rodrigo se quedó atónito, y miró la rosa roja. Entonces vio que tenía una nota atada al tallo. La desató, y leyó:
“Mi querida Leonor: He vuelto de la guerra, y he cumplido mi promesa. Te traigo una rosa roja como prueba de mi amor. Te espero en el castillo. Tu fiel prometido, Fernando.”
Rodrigo sintió un escalofrío, y comprendió que había cometido un terrible error. Había matado al hombre que Leonor amaba, y que acababa de regresar por ella. Había destruido su felicidad.
Se arrodilló junto a ella, y le pidió perdón.
- Perdóname, Leonor. Perdóname. No sabía lo que hacía. He sido un necio.
Leonor lo miró con desprecio, y le dijo:
- No te perdono. Te odio. Ojalá te mueras.
Cerró los ojos, y se quedó quieta.
Rodrigo se levantó, y salió corriendo de la torre. Bajó por la escalera de caracol, y cruzó el patio interior. Llegó al puente levadizo, y lo subió con todas sus fuerzas. Quería escapar de aquel lugar maldito con toda su alma.
Pero cuando estaba a punto de salir, oyó una voz que le llamaba:
- ¡Rodrigo! ¡Rodrigo!
Era la voz de Leonor.
Rodrigo se volvió, y la vio. Estaba de pie en la torre más alta, con el vestido blanco manchado de sangre. Tenía una expresión de odio en el rostro, y una rosa roja en la mano.
- ¡Rodrigo! ¡Rodrigo! – repitió ella – ¡No te escaparás! ¡Te haré pagar lo que me has hecho! – Y lanzó la rosa roja al aire.
La rosa roja voló por el aire, y se dirigió hacia Rodrigo. Era como una flecha envenenada, que buscaba su corazón.
Rodrigo trató de esquivarla, pero fue inútil. La rosa roja le alcanzó en el pecho, y se le clavó profundamente.
Rodrigo cayó al suelo, y soltó un gemido. La sangre brotó de la herida, y se mezcló con el agua del foso.
Leonor soltó una carcajada, y añadió:
- ¡Ahora sí! ¡Ahora sí! ¡Ahora estamos juntos para siempre!
Y se arrojó desde la torre al foso.
Los dos cuerpos quedaron flotando en el agua turbia, unidos por la rosa roja.
Y el castillo quedó en silencio.