La figura

Era una calurosa noche de verano en la costa del sol. La luz de la luna llena presente en un cielo despejado se reflejaba en las aguas de la piscina mientras tres amigos disfrutaban en una mesa cercana de unas copas de vino.

– ¿Cuál es vuestro mayor secreto? – inquirió David mirando a sus dos amigos. Ambos permanecieron pensativos sin saber si revelar algo o si acaso tenían algún secreto no contado a sus dos amigos. David aguardó un tiempo prudencial en silencio esperando si alguno de sus amigos se decidía a romper el silencio del momento. En realidad, poco le importaba a David la respuesta de sus amigos, posiblemente conocía los secretos de ambos. La verdad de su pregunta era la imperiosa necesidad de sincerarse con ellos. – Bueno pues os contaré mi secreto, desde hace unos años en esta casa veo fantasmas. – Pedro y Fran rompieron a reír ante la afirmación de su amigo. – Me da igual vuestras risas, pero tengo la imperiosa necesidad de decírselo a alguien. – La cara de David no parecía estar bromeando, no había ni la más mínima mueca en ese sentido.

– Vale, venga. Cuéntanos cuándo viste tu primer muerto. – Trató Pedro de parecer serio. Aunque al final se le quebró la voz dejando escapar una risa. David no sabía si merecía la pena insistir.

– Veréis, todo comenzó al mudarnos aquí. Entonces no existían tantas casas construidas en esta zona y prácticamente todo era campo. Mi habitación, como sabéis, da al norte y no había ninguna casa visible desde mi ventana. Una noche escuché un fuerte golpe contra la ventana y un ulular de un búho. – David hizo una pausa es su narración mientras saboreaba los matices del vino de su copa. – Ya había visto alguna lechuza en la zona, incluso una vez mi tío deslumbró una con el coche y se estampó contra su cristal. Él la trajo a casa para tratar de curarla y la verdad fue más bien un susto y no tardó en recuperarse y alzar el vuelo, pero me voy por otros derroteros. Hablábamos de la primera vez. El búho parecía atrapado entre mi ventana y los barrotes de ella. Podía ver su sombra reflejada en la puerta de entrada. – La habitación de David tenía forma de “L” y el cabecero de la cama se situaba imposibilitando la visión sobre la ventana. – No comprendía cómo había terminado metiéndose dentro de los barrotes de la ventana, pero la sombra y los golpes me hicieron levantar para tratar de ayudar al desdichado animal. – Hizo una nueva pausa para mojarse los labios con el vino. – Al girar la esquina para asomarme a la ventana me encontré una chica sentada en el sofá bajo la ventana. Me quedé paralizado ante la visión de la joven. Delante de mí recostada sobre el sofá situado debajo de la ventana había una bella joven con ropajes de otra época. Llevaba un vestido negro con encajes y un sombrero con plumas. Tenía el pelo rubio recogido en un moño y los ojos azules. Su expresión era seria y melancólica. Me acerqué a la figura y la observé con detenimiento. Era increíblemente realista. Parecía una persona viva que se hubiera quedado inmóvil. Me quedé hipnotizado por su belleza. Sentí una extraña atracción hacia ella, como si fuera un imán.

– ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? – le pregunté con voz temblorosa.

– Ella no me respondió, solo me sonrió con dulzura. Se levantó del sofá mientras un escalofrío recorría mi espalda esperando verla avanzar hacia mí. – David tembló al recordar el momento. – Se quedó un tiempo mirándome fijamente. No sabría evaluar si fueron horas o segundos. A mí me pareció una eternidad, mientras esperaba mi muerte a manos de esa joven. Entonces la joven se giró y avanzó hacia la puerta atravesándola. Tras desaparecer la mujer por la puerta cerrada, el búho pareció calmarse. Me miró también a los ojos, para girarse y colarse de nuevo por los barrotes hacia la libertad. Desplegó las alas y alzó el vuelo. Seguí en shock unos minutos antes de poder tan siquiera levantarme. No había rastro de la muchacha ni de la lechuza. Temblorosamente me dirigí hacia la puerta y la abrí con miedo a encontrarme a la joven tras ella, pero ni rastro.

– A la mañana siguiente mi padre me informó que mi prima había saltado por el balcón. La muchacha no era mi prima, pero cuando la he vuelto a ver siempre ha habido algún acontecimiento luctuoso o trágico cercano.

– La segunda vez, fue justo antes de la muerte de mi abuela materna. Esta vez fue por la tarde, me había acostado a dormir la siesta, pero, cuando apenas llevaba unos minutos en la cama. Una sombra empezó a tomar forma en la silla de mi escritorio. La persiana y las cortinas estaban bajadas, pero aun así se traslucía suficiente luz para apreciar las formas de mi escritorio, mi silla o mi PC. Esta vez no hubo búho. Solo la forma de la muchacha haciéndose cada vez más sólida. Al principio era como un vapor cada vez más denso hasta no caber ninguna duda allí había una persona sentada. Tragué saliva y me senté en la cama apoyándome contra la pared. Por alguna razón como la vez anterior no grité, a pesar de estar aterrorizado.

– La silla comenzó a girar hasta quedar la joven mirando hacia mí. Sus ojos se clavaron en mí. A pesar de la poca luz podía distinguir claramente sus rasgos. No me cabía duda era la misma muchacha de hacía unos meses. Tragué saliva esperando cuál sería esta vez su actitud. Esta vez cuando se levantó apuntó con su dedo de su mano derecha el piso de abajo. – ¿Qué…? – Llegué a articular con mis labios. Pero la frase completa era: “¿Qué quieres de mí?” Avanzó hasta situarse a los pies de mi cama sin dejar de apuntar con el dedo hacia sus pies. ¿Quería que le suplicara de rodillas? No comprendía su insistencia en señalar hacia el suelo con el dedo índice de su mano derecha. Me acurruqué en posición fetal contra la cabecera de mi cama. La sombra pareció negar con la cabeza y volvió a insistir apuntando con el dedo hacia sus pies.

Me acurruqué en posición fetal contra la cabecera de mi cama. La sombra pareció negar con la cabeza y volvió a insistir apuntando con el dedo hacia sus pies. Con todo el valor que pude recoger de mi interior, me bajé de la cama y me acerqué de rodilla hasta ella.

– Por favor… – Supliqué, pero no llegué a terminar mi súplica. Se encogió de hombros y empezó a atravesar el suelo. No hace falta decir que ese día en el cuarto debajo de mi habitación murió mi abuela.

Después de esa ha habido alguna mas, siempre antes de algún acontecimiento malo. La muerte de mi vecina o una enfermedad grabe en la familia, pero esas dos me produjeron un gran terror. Las siguientes quizás ya menos al comprender que solo es una mensajera de desgracias. – Con estas palabras terminó David quedando todo en silencio.

Sí, todo quedó en silencio. Extrañamente en silencio no se escuchaba nada, ningún perro ladrando, ningún sonido procedente del motor de algún vehículo ni siquiera el sonido de las ramas al ser movidas por la suave brisa veraniega. Fran se puso blanco, con los ojos abiertos como platos y la boca entreabierta.

– Venga ¿No te habrás creído la historia de David? – Bromeó Pedro ante lo cual protestó David.

Fran levantó la mano apuntando hacia la piscina sin decir ninguna palabra. David y Pedro siguieron con la mirada la línea que indicaba el dedo de la mano de su amigo. De esta forma los tres vieron la figura de una dama vestida de blanco flotando a escasa distancia de la piscina. David la reconoció era la misma figura de la historia, pero hoy iba de blanco en lugar del color lúgubre de las otras veces. Fran trató de articular palabra, pero sus labios se movían sin salir ningún sonido.

– ¿Es … es… es esa la mujer de la historia? – Dijo tras tres intentos Pedro. La joven se giró hacia ellos. – Mierda. – Maldijo al ver cómo los miraba fijamente a los tres.

La mujer de una belleza cautivadora parecía ir vestida con ropa antiguas y sonreía a los tres. David se levantó y avanzó hacia ella con los brazos abiertos.

– ¿Estas loco? – Susurró Pedro, pero David lo ignoró y di otro paso hacia ella quedando al borde de la piscina. Mirando a los ojos a la joven.

Era tremendamente hermosa y el blanco le sentaba mucho mejor al negro de siempre. Aun así la visión de esa mujer fantasmagórica flotando encima del agua era terrorífica. Ni siquiera David entendía como había podido acercarse tanto hasta ella. Una pregunta se formó al mirarla en la cabeza de David, «¿Por qué esa noche no venía de negro como era su costumbre?», pero eso no era lo importante. Respiró profundamente y reuniendo las ultimas gotas de valor preguntó finalmente.

– ¿A quién te vas a llevar hoy? ¿Qué quieres de mí? ¿Qué quieres de nosotros?

No obtuvo respuesta. La figura sonrió, inclinó la cabeza a modo de saludo y delante de sus ojos desapareció mientras una lechuza sobrevoló la piscina y la cabeza de los jóvenes para desaparecer también en la distancia. Esa vez no hubo ningún acontecimiento luctuoso. Pedro jamás volvió a reírse de los fantasmas, Fran no volvió a pisar la casa de su amigo y David desgraciadamente nunca consiguió saber por qué esa noche en lugar de ir de negro se presentó de blanco.

La figura

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