Todo había acabado

Desde lo más alto de su torre observaba como todo se estaba consumiendo. El putrefacto aire ahogaba a los habitantes de la gran ciudad si aún quedaba alguno vivo fuera del edificio. Esa noche la temperatura en el exterior había bajado hasta los treinta y dos grados centígrados. Durante el día superaría los 60 grados. Dentro la temperatura se mantenía estable en los 25 grados a lo largo de todo el día. En breve todos los cristales se taparían para evitar la entrada de sol y el recalentamiento. Era difícil seguir defendiendo la falsedad del cambio climático pero sus medios de comunicación volverían a lanzar la propaganda. ¿Aun llegaba a alguien fuera de la torre sus medios? Sus políticos habían realizado un buen trabajo, mientras fueron necesario. Cualquier tema sirvió para distraer a la opinión publica de sus verdaderos problemas. Mientras vendían la caza, los toros, la religión o cualquier chorrada la bajada de impuesto los iba dejando sin educación, volviendo a la población más tonta, aunque sus medios de comunicación hacían un buen trabajo para acentuarlo, sin sanidad, sin pensiones o sin subsidios de desempleo. Desaparecían con la excusa de quitar menos dinero con los impuestos, aunque la verdad fuera que al destruir lo público lo privado se encarecía aún más dando menos por más dinero. 

Se había convertido en una de las mayores fortunas del mundo conocido, pero de poco servia. ¿De qué servia todo el dinero del mundo si no quedaba nada por comprar? La torre era una ciudad vertical en el corazón una ciudad que agonizaba, aunque a su vez la torre también moría decrépita. Contaba con las mejores tecnologías de depuración de aguas, aire, climatización u obtención de energía, pero las piezas se desgastaban y cada vez se hacía más difícil reparar, conseguir las piezas o tan siquiera los recursos necesarios, para poder hacer la pieza. Al parecer en las plantas inferiores había habido revueltas, pero la habían aplastado. En la planta doscientos quince eso no tenía importancia, había muchos habitantes por medio dispuesto a defender sus ridículos privilegios frente a los de abajo. No tenía importancia las mayores prebendas de los habitantes de planta siguiente. El sistema tan útil para el poder en el último cuarto del siglo XX y primer cuarto del siglo XXI lo había trasladado perfectamente su madre a esta torre. 

Santiago escucho unas voces procedentes de fuera de su despacho. Golpes, disparos, por fin la revuelta había llegado a la planta doscientos quince. Daba igual, era tarde, el planeta, la ciudad y por tanto la torre estaban condenados desde algún punto en la primera mitad del siglo XXI. No se preocupó lo más mínimo. Deseaba ver ese último amanecer, si con suerte esa revuelta acababa con su miserable vida, habría disfrutado de uno de sus pocos lujos ver el amanecer desde una posición privilegiada.  

Una explosión hizo saltar la puerta a su espalda. No se inmutó, ya todo daba igual, estaba resignado a ese final desde hacía años. Era un buen momento para poner fin a su vida. Una vida insustancial encerrada en esa decrepita torre.  

– Ríndase Santiago. – Grito una voz femenina desconocida. 

Estúpida revuelta, si sus padres o abuelos hubieran votado otra cosa. Hoy no estarían ante el fin del mundo. Ya daba igual, todo estaba perdido, la lucha esta vez había llegado demasiado tarde. Separó los brazos del tronco poniéndolos extendidos y se volvió. Delante suya había un puñado de hombres y mujeres desarrapados.  

– Disparen. Acabe con el último monstruo del capitalismo. El último señor del mal. Aunque recuerden la culpa no es mía ni suya. Fue de nuestros antepasados. Nuestros padres y abuelos. Unos por ambición y otros por creer poseer algo. Disparen, Mátenme. Acaben con mi misera vida. La vuestra no tardará en llegar también a su fin. 

Alguien apretó el gatillo. Una bala salió de una escopeta. Santiago vio como esa bala volaba hacia su frente. Un segundo de trayecto, una vida esperando esa bala. Una vida deseando el fin. El fin de una vida insulsa encerrado en un edificio pútrido. La bala había atravesado su cráneo esparciendo resto de su masa encefálica en el cristal, el cual también atravesó la bala. Esa bala acababa con su vida e iba a llegar más lejos de ese edificio en unos segundos que el en una vida. 

Hincó rodillas, se pudo oír salir de sus labios un Gracias y un lo siento. Antes de caer sin vida de bruces en el suelo. 

¿Había muerto el monstruo? ¿Quién era el monstruo? ¿Santiago? ¿Los ricos del siglo XX y XXI? ¿Los gobernantes? ¿La joven que apretó el gatillo? ¿Los ancestros de la muchedumbre enfervorecida? Ya todo daba igual por el agujero creado por la bala se colaban los nocivos gases del exterior. La muerte se extendió rápidamente por el edificio y el silencio reino en él. La muerte contemplo la escena, su trabajo había acabado. Después de cientos de miles de años los últimos hombres habían fallecido. No habría más seres humanos que transportar. 

Todo había acabado

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