Namy 02 – Los maestros

La sacerdotisa suprema iba nombrando a cada uno de los acólitos y acólitas, asignándoles un tutor, presentando al tutor y deseándoles la protección de Sarvend 

– ¡Namy! – Llamo Águeda. David al oír el nombre levantó la mano y dio un paso adelante. – Tu tutor será el Inquisidor Leinad. – Al lado de Águeda se había situado un hombre de tez oscura, pelo blanco, ojos azules, perilla, gesto enfadado, complexión delgada y alto en comparación con sus compañeros y desde luego con Namy. – Leinad es uno de nuestros mejores inquisidores con un montón de casos resueltos. Tu habitación es la A8. – El rosto de Águeda parecía trasmitir cierta lastima por Namy a pesar de hablar aparentemente maravillas del Inquisidor  

Leinad hizo un gesto con la cabeza a David, para seguirle y se giró hacia la puerta en el lateral de la zona del altar para salir. Namy lo alcanzó de una carrera y se colocó a su lado. Leinad la miró y le cruzó la cara de un guantazo derribando a la sorprendida novicia. Aún no habían salido de la sala e incluso Águeda se había girado al oír la bofetada y la posterior caída. David se llevó la mano a la cara y lo miro sin entender nada y respirando profundamente para no cometer el error de encararse a un inquisidor. No sabía cómo funcionaban en este mundo, pero si eran como en la edad media mejor no contrariarlo. El golpe le había dolido, le producia confusión por no entender la reacción, pero lo peor para ella había sido ver la sonrisa en el rostro de Belial cuando miró hacia donde aún aguardaban algunos novicios y novicias. 

– Mi nombre es Leinad gran inquisidor de Sarvend, no se te ocurra volver a caminar a mi lado. Siempre un paso por detrás mía. – Namy en el suelo con la cara terriblemente dolorida seguía mordiéndose la lengua para no soltar una impertinencia. Ante las dudas mejor aguantarse a terminar en la hoguera acusada de brujería o similar. – Levántate lo primero será ir a tu celda. – Dijo tendiéndole la mano. David dudó un momento entre aceptar la mano para no ser descortés o levantarse rechazando su mano para demostrar su enfado. Finalmente acepto la mano levantándose. Ya de píe y mirando al suelo le agradeció entre labios el gesto. – Mira niña, tengo cero ganas de ser tutor de una acolita. No es personal hacia ti, pero no me gusta cargar con un estorbo, no me gusta enseñar y no me gusta dar explicaciones. Por lo cual no pienso explicar nada una segunda vez y si haces algo mal serás castigada. Ahora vayamos a tu celda. – Namy trago saliva. Era un puto cabrón, pero encima era inquisidor. Si ya la estaba llevando presa a una celda por simplemente ponerse a su lado cual podría ser el próximo castigo. 

Salieron de la catedral Leinad delante y Namy siguiendo a este teniendo que forzar bastante el paso para seguir su ritmo, tanto por el paso impuesto por el inquisidor, como por la diferencia de estatura que había entre ambos y hacia más cortos los pasos de David. Miró hacia atrás la catedral parecía de estilo gótico, con unas agujas impresionantes, era realmente hermosa pensó mientras cruzaban la plaza y entraban en un palacio. El palacio Inquisitorial según le informo Leinad. Ante lo cual David tembló pensado como serían los calabozos allí. Afortunadamente la celda no resultó ser un calabozo se trataba de su habitación. En ese momento recordó haber oído esa referencia a las habitaciones de los monasterios de esa manera en alguna película o serie y la verdad se alegró de no terminar en el calabozo.  

– Como vez está perfectamente equipada. Tienes tu candelabro, tu mesa con su silla, tu estantería con los libros de obligada lectura y estudio, una cama y en esos armarios debe haber varios hábitos, para cambiarte y útiles de limpieza. – La habitación era extremadamente pequeña, de tres por tres metros como mucho, con una diminuta ventana situada junto a la mesa. Los muebles no eran especialmente lujoso, más bien toscamente labrados y sin ninguna filigrana. Namy abrió el primero de los armarios, efectivamente había varios vestidos similares a su hábito, una capa, un par de botas, varias camisas, bragas y sujetadores, no vio nada más y le resulto raro ver sujetadores en una edad media, pero no calcetines o medias. En el armario de al lado mucho más estrecho había un cesto de mimbre, varios trapos, una escoba y un recogedor. – Procura estudiar bien los libros y aprenderte las plegarias. Tanto si finalmente decides tomar el camino de Inquisidora como el camino de sacerdotisa es importante dominar las plegarias de sanación, protección, purificación y exorcismo. – Namy asintió ante las palabras de su maestro. Aunque si iba a residir en el palacio Inquisitorial parecía ya elegido su destino. ¿Dónde le habría tocado a Belial? Si a él le había tocado en un templo quizás podían pedir cambiar. A él le gustaba irse a cazar demonios y muertos, ella era más de seguir a sus compañeros e ir sanándolos. Aunque siendo sincera quien iba a querer al cabrón de su tutor. 

– Si sales de las murallas de esta ciudad tampoco deberías descuidar tu entrenamiento con el lucero del alba y escudo. Según veo. Te han dado eso como arma. – Efectivamente en la pared había colgado tanto una rodela como una maza la cual tenía una bola con púas en la punta. Namy lo miraba interrogativa. – La maza habla con la capitana de los paladines. Ella te dirá un horario para poder ir a entrenar. Además, debes encargarte de mantener limpias tu celda, mi habitación e ir a servir de vez en cuando en tu templo asignado. Cada tres días una lavandera pasa con el alba a recoger la ropa. En el armario debe haber una cesta de mimbre con tu nombre. En ella debes poner la ropa que desees lavar. Al día siguiente encontraras la cesta en la puerta con toda la ropa lavada y planchada. – David tartamudeo ante la lista de tareas previstas, pero sin atreverse del todo a poner una pega. No obstante, se preguntaba cuando debía estar con Leinad. – Esta mañana la voy a perder entera enseñándote donde están las cosas. Agradece me molesté, aprendiendo todo a la primera. – Namy realizó una inclinación de cabeza y le dio las gracias.  

Salieron de la habitación para recorrer unos cuantos pasillos y subir varias escaleras. Finalmente, llegaron a un pasillo con puertas bastantes distanciadas.  

– Esta es mi humilde habitación. – Dijo abriendo la puerta. La diferencia era abrumadora. Nada más entrar se encontraban con una gran mesa finamente labrada y con una silla en un lado de ella y dos en el lado de enfrente. La verdad la situada mirando hacia la puerta casi parecía un trono con la madera profusamente tallada con un respaldo exageradamente alto con una parte impórtate cubierto por terciopelo rojo el cual parecía muy mullido. Similar era el asiento y los brazos de la silla. La otras dos más cercana en cambio era bastante más humilde en comparación. Si, también estaba tapizada con terciopelo rojo, pero ni el respaldo era tan alto ni el tallado de la madera tan hermoso. En la pared posterior había un gran ventanal con vidriera. A la derecha la pared se encontraba forrada por estanterías repletas de libros que cubrían los cuatro o cinco metros de altura hasta los techos. Mientras a la izquierda había una doble puerta, tras la cual Namy supuso encontrarse los aposentos de Leinad. – Jamás cruces esas puertas sin mi autorización. – Después de la guantada por ponerse a su altura podía estar tranquilo jamás cruzaría esas puertas. Leinad se sentó en la enorme silla y le indicó tomar asiento en la otra. – Quizás me consideres un capullo, pero Águeda me obligó a cogerte como discípula. En realidad, no a ti, a uno de los nuevos. Mi problema no es contigo. Es con tener a un discípulo. Como gran inquisidor tengo bastante ajetreado el día, para tener que preocuparme de una acolita. 

– Lo entiendo, tener un novato detrás de ti todo el rato sin saber valerse por sí mismo es lo peor. No quiero ser una carga. La verdad ahora mismo estoy aturdido, digo aturdida. Hace un rato era un hombre, con novia en un mundo donde esto es… donde la magia no existe. Ahora, no sé dónde estará mi novia quien estaba antes de aparecer aquí sentada a mi lado, me he convertido en una mujer. – Dijo tocándose los pechos. – No sé si abajo también. – Leinad sonrió y le contestó afirmativamente ante la posibilidad de ser realmente una mujer al cien por cien. – Sabes, en mi mundo era ateo y ahora debo creer en un dios. ¿Sarvend? – Leinad afirmó con la cabeza. – Pues eso debo creer que Sarvend me va a dar poder para curar heridas o exorcizar demonios. Para colmo mi maestro parece un … Bueno ya sabes, al menos sin intención de ayudar lo más mínimo. – Se retuvo para evitar faltarle el respeto gravemente. 

– Ambos estamos de acuerdo en que no nos gusta la situación. Ahora, no voy a abandonarte. Como mi discípula me debes obediencia absoluta, pero también yo te debo enseñar. Tu novia no debe andar muy lejos, si estabais sentados a la misma terminal. Has dicho tu dificultad para creer. Acerca la cara. – Namy acerco al máximo la silla a la mesa y después acerco su cara a Leinad quien tras musitar una letanía posó su mano en la cara de ella. David noto calor en su rostro y después nada, todo el dolor había desaparecido. Y si se hubiera podido mirar en un espejo hubiera observado como la hinchazón y el morado también habían desaparecido. – Si Sarvend no me hubiera escuchado tu no tendrías la cara ahora mismo tan hermosa. Acabo de curar tu rostro. – Él se lo había dañado, pensó Namy, si podía curarlo era lo mínimo. – Puede parecerte muy difícil creer en la magia, en los demonios o en los dioses. He visto personas muy validas malograrse por no aceptar esto. Lanzarse de cabeza contra un demonio sin tener experiencia o simplemente matarse pensando encontrar la salida de ese modo. – Namy mostro sus dudas sobre si ser inquisidora o sacerdotisa – Yo soy inquisidor. En nuestro mundo ser inquisidor es una mezcla entre un guerrero de elite contra el mal y un investigador. Como guerrero no suelo usar la fuerza bruta o la espada. Canalizo el poder de Sarvend para expulsar esos demonios o no-muertos, pero no siempre tus asaltantes son demonios o no-muertos. Con esto quiero decir si te decides por inquisidora no descuides tus habilidades marciales. Como sacerdotisa tus funciones serian atender a los devotos, sanar y oficiar los actos. Rara vez una sacerdotisa corre peligro, sin duda, aunque más aburrida, si te decides por sacerdotisa tu vida será más tranquila y larga, pero no te preocupes. Por eso Águeda te ha asignado un templo, para conocer las dos vidas posibles. Aunque siempre hay una tercera opción dejar el sacerdocio y dedicarte a otra cosa. 

David permaneció un rato en silencio pensando las opciones. Estar en el clero en esta sociedad no parecía una mala opción. Dejar el sacerdocio estaba descartado. ¿Qué podría ser? ¿Camarera? ¿Ama de casa? ¿Prostituta? Seguramente para cualquier otra cosa necesitaría un adiestramiento, no sabía nada de forjar, tallar o plantas. Nada de su conocimiento parecía poder ser de utilidad en la edad media, peor aún en una edad media con magia real. Ser inquisidora era interesante por el poder y respeto, pero se convertiría en objetivo de bastantes entes diabólicos. Como sacerdotisa quizás no tuviera enemigos, seria respetada, pero tampoco tendría una vida emocionante. Realizar servicios religiosos los cuales había odiado desde pequeño cuando iba a colegios de cura y sanar los fieles. Bueno, sanar no estaba mal, pero en este mundo donde solo era imposición de manos tampoco iba a ser algo emocionante. Sarvend lo iba a sanar o dejar morir, en realidad daba igual la enfermedad. 

Tras estos pensamientos Namy había tomado una decisión quería seguir con él como maestro y se lo hizo saber. Quería convertirse en una inquisidora. Leinad asintió satisfecho se levantó y fueron al templo asignado a Namy. Era una pequeña capilla en la zona sur, pegando a la zona portuaria del rio Agnar, una zona bastante pobre en comparación con la riqueza y opulencia del centro de la ciudad. El barrio se encontraba fuertemente vigilado con presencia de hombres y mujeres con armadura. Leinad le explicó que eran los paladines de Sarvend, la guardia de la ciudad. Ellos se encargaban de la seguridad de las calles de la ciudad y precisamente esta zona destacando por su inseguridad tenía más paladines haciendo ronda. En cuanto a la capilla era parecida a las de estilo románico en la Europa de su mundo. Anchos muros, estrechas ventanas y arcos de medio punto. Por dentro estaba iluminado con una gran cantidad de pebeteros de metal donde ardía la leña. Había varios sacerdotes y sacerdotisas atendiendo a algunos feligreses, pero Leinad no se inmutó hasta llegar a una Sacerdotisa de pelo blanco.  

– Buenos días, Fátima. – Saludo Leinad. – Esta es la nueva Sacerdotisa asignada a tu templo. Su nombre es Namy y es mi discípula. 

– Buenos días, que la bendición de Sarvend sea con vosotros. ¿Namy? ¿Otra otaku? 

– Mas bien otro, bueno ahora si soy otra. Es un lio. Le puse ese nombre a mi primer personaje Healer hace años por un comic de Kia Asamiya. Me he acostumbrado a usarlo como nombre de mis personajes healers y de un tiempo hasta ahora me he aficionada a jugar principalmente con mi personaje healer. Por ello al crear mi personaje para este juego, sin saber … bueno sería algo … ya sabes real, pues lo creé como mujer y con ese nombre. Y ahora… – David rompió a llorar. Se encontraba totalmente superado por la situación.  

– Vale eras un Otaku. Bueno Namy, ahora deja de autocompadecerte. Al fin y al cabo, ser Sacerdotisa de Sarvend sobre todo si no te mandan a otra ciudad es una de las mejores vidas a tener. Conociendo a Leinad no te voy a poner un horario ni días fijos para venir. Solamente procura venir por aquí de vez en cuando y te intentaré ir haciendo practicar oraciones de curación. Aquí, siempre se necesitan manos para eso. – Fátima miró con cierto desprecio a Leinad. Antes de añadir. -Si finalmente decides pasar de ese viejo ogro y ser una sacerdotisa en lugar de una Inquisidora como he dicho aquí siempre hacen falta manos. 

– Gracias, ahora mismo estoy muy confundido para tomar una decisión. Me gustaría probar las dos cosas antes de tomar esa decisión. – David miró el cogote de Leinad quien aún seguía un poco por delante de él. – Y creo que como Inquisidor Leinad tiene cierta relevancia.  

– ¡Gran Inquisidor Leinad! – Le espetó este. – Solo hay cuatro grandes inquisidores en la ciudad. – Namy se encogió de hombros, aunque ese gesto paso desapercibido para Leinad. Águeda no lo había presentado como Gran, solo como Inquisidor, pero no se atrevió a poner la puntilla. Aún tenía muy presente la torta de hacia un rato. – Pues si ya hemos aclarado eso debemos ir al castillo de la guardia de la ciudad. Siempre un placer verte Fátima. Que la luz de Sarvend siga guiando tus pasos. – Dio por terminada la conversación Leinad y se giró dirección a la puerta antes de esperar la contestación de Fátima. 

– La luz de Sarvend acompañe vuestros pasos. – Le contestó con una sonrisa especialmente dedicada a Namy quien se había aun quedado mirándola. 

– Sarvend te proteja, nos veremos pronto Sacerdotisa Fátima. 

Cuando David reacciono Leinad casi había salido del templo y debió alcanzarlo a la carrera. En solo una mañana se estaba acostumbrando a correr siempre detrás de él. Y la verdad ni siquiera habiendo reaccionado más rápido le hubiera valido no ir corriendo detrás de él. La diferencia de estatura le hacía tener a Namy una zancada más corta y Leinad no andaba precisamente despacio por lo cual ir a un paso de él le suponía ir con el paso forzado. Pensó en decirle algo para bajar el ritmo, pero tras la conversación en la habitación del Inquisidor había quedado claro el poco aprecio por parte de este a perder tiempo por culpa de otros. Ojalá su novia Natalia hubiera tenido mejor suerte y pudieran volver a encontrarse. Cuando entraron por la puerta del castillo de la guardia David iba con la lengua fuera, pero no iba lo suficientemente cansado como para no percatarse como los dos soldados de la puerta se cuadraron ante su maestro dejándoles vía libre. En el patio de armas había varios grupos practicando con distintos tipos de armas. Mientras otros soldados hacían ejercicio. Para sorpresa de David había aparentemente el mismo número de mujeres que de hombres. Águeda había comentado la no diferencia entre hombres y mujeres en este mundo, aun así, no esperaba ver un equilibro de esa magnitud en guerreros.  

– Hay muchas mujeres guerreras. Comento Namy. 

– ¿Por qué debería haber menos? Una mujer es tan valida como un hombre para cualquier trabajo. En este mundo incluso en el apartado físico. – David dudo eso un poco ante la violencia de la torta recibida en la catedral. – Si entrenas tu alcanzaras el mismo nivel físico al mío. Al igual que un hombre de los recién llegado hoy alcanzará con entrenamiento el nivel de la capitana. O mira allí está. – Dijo señalando a una mujer madura enfundada en una armadura dorada. – Buenos días, Patri. – En lugar de saludarlo la Capitana lo abrazó y lo alzó del suelo.  

– ¿Qué te trae por mis dominios viejo amigo? – Pregunto antes de fijarse en Namy. – ¿Te han asignado por fin una acolita? – La capitana soltó a Leinad y dio un fuerte abrazo también a Namy. – Me llamo Patricia, pero puedes llamarme Pati o Patri como te sea más cómodo. – Dijo depositándola en el suelo. 

– Hola mi nombre es Namy. – Hacia un minuto estaba pensando en la fuerza de Leinad en comparación con la suya, pero al ver como con esa enorme armadura la capitana había levantado a su maestro y a ella como si fueran simples gatitos no quedaba duda del potencial de fuerza de las mujeres en este mundo. – Necesitamos saber cuándo podría venir a entrenar con el manejo de mi arma. – Patri se giró a mirar a Leinad. Esperando algún exabrupto por parte de este al haber tomado la iniciativa. Para sorpresa no solo de la capitana, sino también de Namy, El inquisidor simplemente asintió. 

– ¿Qué arma te han asignado? ¿Un bastón, una maza, un martillo, un mayal o una espada? 

– Le han asignado un lucero del alba con escudo. 

– ¿Tipo maza o mayal? 

– Maza. ¿Algún acolito le han asignado un mayal? 

– No, nunca suelen salir de maza, martillo o bastón. – Por fin volviéndose hacia Namy añadió. – En principio no hay problema en venir a cualquier hora cualquier día tanto de mañana como de tarde. Mientras luzca el sol siempre hay algún grupo entrenando. Siendo la discípula de Leinad, por los viejos tiempo si yo estoy libre me encargaré de tu entrenamiento. – David le miró extrañado. – Cuando éramos compañeros de aventura y él no era un capullo engreído. 

– Creía que nos apreciábamos mutuamente. – Gruño el Inquisidor. 

– Y te aprecio. Para mí siempre serás aquel patoso que salía corriendo cuando debías defenderte cuerpo a cuerpo, pero mira como haces ir un paso por detrás de tu discípula. ¿Por ser tu un Gran Inquisidor y ella una acolita? Mira te quiero mucho, pero te has vuelto un tanto gilipollas con tu título de Gran Inquisidor. – Torció un poco la cara intentando parecer amigable con su antiguo compañero. – No voy a cambiar tu forma de actuar. Esa coraza exterior te ha permitido llegar hasta Gran Inquisidor y apostaría eres el Gran Inquisidor más temido por demonios y brujos. Pero eso no va a hacerme cambiar mi opinión acerca de tu actual comportamiento. Eres un capullo. 

– Valientes palabras, sino fueras tu. Acabarías en un calabozo. 

– Eh… perdón, siento molestar. ¿Han llegado nuevos reclutas hoy? Mi novia… – Ambos dejaron la discusión y miraron a Namy. Quien trago saliva. Leinad parecía imponente, pero Patricia aún más. Ver los dos mirándola atentamente le hacía parecer minúscula y no solo por la diferencia de estatura. Que ambos le sacaban la cabeza era el aura de poder de ambos. – Bueno, yo tengo una novia y a ella le gustan los tanques, quizás… 

– ¿Cómo se llama? Mejor dicho, ¿Sabes su nombre aquí? – Preguntó la Capitana sonriendo de forma comprensiva. 

– Quizás Imsha. 

– Si tenemos una Imsha. Una joven con un carácter impresionante. En el primer combate de entrenamiento se lo ha tomado tan en serio que ha dejado fuera de combate a dos. Menos mal que tenemos un sacerdote. – Miró de con cierto pesimismo a Leinad sabiendo las pegas de este antes de preguntar. – ¿Quieres conocerla? 

– ¡Si!, por favor. – se apresuró a decir Namy, pero antes de poder añadir nada la Capitana, el Inquisidor paró la posibilidad. 

– No tenemos tiempo para perder. En un rato servirán la comida en el palacio inquisitorial. 

– Si es por comer, podéis comer aquí. – Dijo Patri haciendo un gesto a Leinad para mirar a Namy. 

– Por favor, Gran Inquisidor Leinad, maestro de maestros, el alma más compasiva de… 

– Un inquisidor no es compasivo. – Corto las suplicas de Namy. – Buen intento. – Por primera vez Leinad miró con cierta ternura a su discípula. – Pati ¿Cuánto queda para comer? – La capitana miró al cielo antes de contestar. 

– Calculo una hora, no mucho más. Desde aquí no puedo ver el reloj de la catedral. 

– ¿Puede entrenar durante esa hora Namy con algún grupo y tú y yo practicar un poco? – La cara de Namy pareció iluminarse, mientras la Capitana devolvió una sonrisa. 

– Tu novia esta ahora practicando con espada y escudo, pero en tu caso no es tu arma. – Miró a su alrededor. – Acércate a aquel grupo dijo señalando a unos soldados practicando con porras y escudos. – Habla con el teniente al mando. Se llama Rudolf, si como el reno de santa. – Se sonrió. – Te facilitará un arma y un escudo. Cuando termine el entrenamiento te presentaré a Imsha y podrás comer con ella. 

David corrió emocionado hacia el grupo de soldados. Tras llegar Namy solicitó incorporarse al entrenamiento. El teniente Rudolf la miró de arriba abajo. No esperaba entrenar ningún acolito ese día. Miro a la capitana a lo lejos y esta le asintió. Rudolf pateo en el suelo y se dirigió a un baúl. Saco un arma y un escudo dándoselos a Namy. Realmente eran pesado tanto el lucero del alba debido a la bola metálica de la punta como el escudo. 

– Bien, veamos que sabes hacer. Trata de golpearme. 

Namy miró a Rudolf. Si llevaba una armadura, pero precisamente esa armadura lo iba a hacer lento para esquivar el golpe. Y dios si conseguía golpear con suficiente fuerza le podía hacer mucho daño. Especialmente si le daba en la cabeza al no llevar casco.  

– ¿Qué te ocurre la niñita no puede ni levantar el arma? – Le provoco Rudolf. Abriendo las manos y girando alrededor de ella. Solo poseía una fina vara de madera como arma para enfrentarse a David, pero estaba muy seguro de no perder. 

Namy había ido siguiendo su desplazamiento con su cuerpo para no darle la espalda. Lanzó un golpe hacia el teniente con un arco de abajo arriba y de derecha a izquierda. Si no se hubiera andado ágil Rudolf hubiera recibido el golpe de la punta metálica en toda la cara. Desgraciadamente para David Rudolf tenía muchos años de combates y entrenamientos para ser cogido desprevenido. Dio un paso atrás esquivo primero el golpe del arma y al desequilibrarse Namy por el peso de arma se puso a su espalda y la golpeo con la vara en el trasero. Namy trastabillo un par de pasos, pero no llegó a caer. Se rehízo girándose y mirándolo furiosa. No era tanto el dolor del azote con la vara como la humillación sufrida. 

– Vaya si has conseguido lanzar un golpe. Pena que no tengas ni fuerza ni control para no perder la vertical. 

David se lanzó con más fuerza dando el par de paso de distancia con un golpe igual. Esta vez Rudolf no retrocedió. La esquivo por la derecha dejando su pie izquierdo atrás y azotando el culo de Namy con la mano izquierda. Namy tropezó con la pierna del teniente y termino de bruces contra el suelo. Antes siquiera de darle tiempo a girarse. Sintió el pie derecho de este en su espalda. 

– Si fueras mi enemiga y estuviera con un arma real ahora mismo estarías muerta. – Le espetó con tono burlón. – Esto te pasará si no te tomas en serio tu entrenamiento. Ya has visto sin arma ni escudo te he vencido con suma facilidad. – David forcejeo para quitarse el pie de la espalda y poder levantarse, pero solo consiguió sentir aún más el peso de Rudolf. – Esta no es tu arma, pero es muy parecida en forma y peso seguramente. Pues es la oficial para las sacerdotisas, sacerdotes, inquisidores e inquisidoras de Sarvend. La de sus paladines es aún más grande y pesada. Ahora voy a quitar el pie de tu espalda no intentes ninguna tontería o te haré daño de verdad. – Rudolf se apartó un par de paso y espero a que Namy se pusiera de pie. – Lo primero es hacerte con el peso de tu arma y el balance de él. La maza puede parecer un arma sencilla. Un simple garrote contundente, pero el revestimiento de metal de la punta hace desplazar su equilibrio en el golpe mucho hacia la punta. Eso es bueno, para poder golpear fuertemente, pero debes tener cuidado pues es más difícil, como has comprobado, mantener el equilibrio y la posición. Hoy no vas a luchar. Vas a familiarizarte con su peso realizando los movimientos que yo realice con la vara. Vas a poner tus piernas flexionadas como yo las tengo, el escudo siempre protegiendo tu pecho, pero por debajo de tus ojos para poder ver. Bien empezamos. 

Con David repitiendo los movimientos del teniente estuvieron hasta el momento en el cual los tañidos de una campana muy grave en lo alto del castillo marcaron la llamada al primer turno de almuerzo. El sol había pasado ligeramente de su cenit, pero no Namy aun no podía saber la hora exacta en ese mundo simplemente mirando al cielo. 

– ¡Hemos terminado por ahora! – Grito Rudolf más para el grupo que para David quien ya se encontraba realmente agotado. Solo se sorprendió de no estar sudando como si acabara de salir de una piscina. En su otra vida con una décima parte de este esfuerzo estaría convertido en un charco de sudor. Ahora mismo le dolía todo el cuerpo y su única preocupación era si mañana podía moverse por las agujetas. – Pedro, Sofía recojan el baúl de armas antes de ir a comer. – Namy con la mirada clavada en el suelo solo alcanzo a sentir como Rudolf le arrebataba el escudo y el morningstar. Aún estaba recuperando el aliento cuando vio como ocho pies se acercaban hacia ella. – Le he hecho hacer un buen trabajo. Si entrena cada dos días, en unos meses podrá empezar a practicar combate. 

Namy 02 – Los maestros 

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